3 - Una niñez diferente

Cuando el ser humano comienza a transitar por esa etapa de la vida, lo hace desde una perspectiva donde el juego, los amiguitos y la inocencia, juegan roles trascendentes en la formación del nuevo ser. Se dice por parte de los psicólogos que el niño debe mantener contacto con seres de su misma edad. Es cierto. Pero ese no era mi caso, por lo menos hasta los cuatro años en que ingresé a la escuela para niños lisiados "Franklin D. Roosevelt. He de destacar que para ello aun deben pasar algunos hechos de importancia en el contexto de mi existencia que desarrollaré a continuación.

Así diré que mi vida transcurría en el seno de mi hogar, entre gente mayor, ya sea de mi núcleo familia, como personas allegadas al mismo. Sin embargo ello me sirvió para ver la vida desde una perspectiva diferente, saboreando cada instante creando una niñez rica si se quiere, en anécdotas de la mas diversa índole. Es obvio decir que la anécdota es en esencia algo cómico, o por lo menos que cause gracia a quien la escuche o, como en este caso, la lee. Es así que traté de seleccionar los mejores momentos de dicha etapa.

Se me impone aclarar algo que considero de cierta importancia. Debido a mi problema de nacimiento, como dije en el capitulo anterior, me resulta imposible "tomar" leche materna, a consecuencia de no poder succionarla del pezón materno, y por ende tampoco pude usar chupete,esto dentro de todo fue una ventaja, ya que obviamente, no tuve el problema y  el trauma de dejarlo.

A los seis meses gracias a la paciencia de mi madre, empece a controlar mis necesidades físicas. Otro factor importante ,pues como se sabe, muchas criaturas, con o  sin problemas de discapacidad, demoran en lograr ese control fisiológico, lo que muchas veces, dep0ende del entorno familiar, el que  ejerce de base psicológica en esa área. Al año ya mantenía la cabeza erguida, y el  Dr. Fridman se admiraba de cómo iba evolucionando. Desde ese momento, derivó mi caso a la Dra. María Antonia  Rebollo , excelente neuróloga, a quien visitaría anualmente, para efectuarme exámenes a base de electroencefalogramas  y de acuerdo a lo que ella "descifraba" me daba la respectiva medicación.

Ibamos a una clínica de análisis encefalográficos que poseía los equipos  más modernos en la materia, para aquella época.  Dicha clínica estaba ubicada en pleno  centro de la ciudad, mas precisamente en la avenida Uruguay entre minas y Magallanes. Cada vez que me lo efectuaban era literalmente un sufrimiento, ya que si me lo hacían despierto la misma tensión por no moverme, pues de lo contrario las "agujas" del aparato saltarían,  y por lo tanto tenían que inducirme al sueño administrándome un medicamento de sabor bastante desagradable por cierto. Me permito aclara que por dichos aparatos de la época, tenían gran similitud con los usados por los sismologos. Al fin y al cabo la actividad neurológica del cerebro mantiene gran similitud (valga la reiteración) con los procesos de orden convulsivo

A los años comencé de algún modo a insertarme en la sociedad. Y este inicio tuvo su punto central en la decisión del Dr. Francisco de Castelet cuya especialidad en el área de la medicina era la traumatología. Pues bien, luego de un exhaustivo examen llego a la conclusión de que resultaba necesario la realización de fisioterapia a fin de adelantar en algo el cuadro de parálisis que me afectaba (y me afecta) a los miembros. Así designo para tal efecto a una de las mejores fisioterapeutas de aquel momento, la Sra Margarita Baso, con quien en el correr inexorable del tiempo nos hicimos muy buenos amigos.

En una primera etapa íbamos mi madre y yo a una dependencia de la sociedad medica a la cual estoy afiliado, donde se concentraba esa especialidad. Allí mientras esperaba mi hora de ejercicios, veía y apreciaba desde mi óptica a otros casos de discapacitados similares al mío, y realizaba a mi manera un análisis en forma de perspectiva, revitalizando en algún sentido mi espíritu. Comparaba lo que podía dar desde el punto de vista físico, pudiendo armar un carácter sin ninguna clase de complejo de inferioridad, lo cual resulta sumamente importante. Mi madre me llevaba a cualquier lugar en ómnibus, pese a la mirada atónita de los demás pasajeros, pues me agarraba en brazos. A los dos años y medio realicé mi primer viaje con mi madre en barco a la ciudad de buenos aires. Ello se debió a que en la vecina orilla estaba "de moda" la homeopatía, una clase de medicina no tradicional, en base a hierbas medicinales, que en algunos casos da óptimos resultados. Así, con cierta esperanza nos embarcamos en el legendario "vapor de la carrera". Era la primera vez que me separaba de mi padre, y aquella despedida tuvo un marco de sollozos.

De aquel viaje conservo, pese al tiempo transcurrido y haberlo hecho a tan temprana edad, una serie de recuerdos que, si bien no están debidamente hilvanados, aun permanecen frescos en mi mente. En el viaje nos acompañaba una señora a quien todos en la familia le decimos cariñosamente "tía" pese a no tener ningún parentesco cercano. Una vez ya instalados en el camarote comenzó la diversión, mi diversión. Si, porque esa señora posee un carácter juvenil y, por ende alegre. Esa alegría contagiosa que hoy en día tanta falta nos hace a los seres humanos, sumergidos en mil y un problemas a causa de la mas amplia diversidad de motivos y situaciones que nos alejan de la esencia mas pura de la sana diversión. El camarote en cuestión se componía de dos cuchetas, y en la de arriba le tocó dormir a ella. Cada vez que subía se golpeaba la cabeza contra el techo, hecho este que me provocaba sonoras carcajadas a tal punto que los ocupantes del camarote contiguo, golpeaban la pared en clara señal para que hiciésemos silencio. Esto que sin duda puede parecer un tanto frívolo no lo es en su esencia mas pura, pues trata de demostrar mi carácter alegre sin la mas mínima clase de complejo de inferioridad frente a los seres normales, y por extensión frente a la sociedad austera por esos tiempos en referencia a las personas con discapacidades y tremendamente agreste.

Llegamos a buenos aires sobre el medio día, y tras pasar por la aduana cuyas paredes recuerdo estaban pintadas de color verdoso, nos dirigimos a la casa de una señora amiga de la tía, quien nos brindó un caluroso hospedaje pese a no conocernos ni a mi madre ni a mi.

Vivía en un departamento que para ir hasta él se debía recorrer un pasillo o corredor, y recién al fondo se hallaba su vivienda. A la mañana siguiente fuimos a ver al facultativo homeópata, quien enterado de mi caso (o mejor dicho, de las características del mismo) me recetó unas ampollas que contenían gotas con el propósito de iniciar el tratamiento. Le señaló a mi madre que el proceso seria lento,  y que básicamente no daba demasiadas esperanzas. Indicó que volviésemos dentro de unos meses, y así lo hicimos salvo que esa vez no nos acompañó la tía. Al comienzo de este relato omití algo muy importante que no puedo ni debo dejar de mencionar. Es el hecho de que la tía Elvira fue quien me cuido durante el día de Navidad. Es decir, cuando se me separó de mi madre internándome en el nosocomio anteriormente referido. Esto debí expresarlo en el capitulo respectivo. Pero un lapsus en mi memoria generó esta omisión que aquí subsano.

Buenos aires, esa impresionante metrópolis me cautivó por completo, no obstante (lo vuelvo a reiterar) temprana edad. Sus grandes avenidas, santa fe por ejemplo, me dejaron en la vista luces de emoción, conformando de esa forma un hermoso e imborrable recuerdo. Ya con esa edad captaba todo muy bien, como si tuviese cinco años en vez de dos y medio.

De regreso a Montevideo continúe con el tratamiento homeopático. Mi madre no le había nada al Dr. Fridman  hasta que un día me encontraba muy resfriado y se le llamó a domicilio. Dentro de las preguntas que realizó estuvo aquella de "¿Qué medicación esta tomando?". Dado lo cual debió decirle que estaba efectuando un tratamiento de esas características, por lo que mi medico expresó que debía optar por seguir con la medicina tradicional o continuar con la homeopatía. Mis padres ante esta especie de disyuntiva, optaron por continuar con el tratamiento de la medicina tradicional.  Tal vez el Dr. Fridman ejerció de alguna manera, una cierta presión para continuar con El, o tal vez lo hizo dentro del contexto de que las dos clases de medicinas son incompatibles entre si. Lo concreto es que no pretendo efectuar un juicio de valoración de si estuvo bien o mal  dicho facultativo, pues al fin y al cabo la decisión la tomaron mis padres.

Mi niñez seguía transcurriendo dentro del circulo familiar y , como también ya he manifestado, iba conformando mi carácter y mi forma de ser, dentro de los parámetros lógicos de personas mayores. La única travesura que realizaba, (y no es que me auto  juzgue un "santo" ) consistía en que cuando mi padre nos venia a buscar a mi madre y a mi, a la casa de mi tía Carmen y mis abuelos (al frente se encontraba el salón de belleza ) este me agarraba por debajo de los brazos  y, traspasando raudamente la puerta que comunicaba la vivienda del salón, íbamos derecho al lugar donde se encontraban los diferentes utensilios , yo los desparramaba por el suelo, cosa que a mi tía le provocaba una inmensa rabia ya que después los tenia que recoger, mientras que a mi me causaba una "gran" diversión , a la vez que constituía una válvula de escape a mis energías concentradas, esas energías las descargaba únicamente  los días que hacia fisioterapia.

Describir un día de aquellos primeros años de mi existencia, resulta si se quiere, sencillo pues mi padre por la mañana, nos acompañaba a tomar el ómnibus, a unas cuadras de nuestra casa en la ciudad vieja, para trasladarnos a la vivienda (y salón de belleza) de mi tía y así pasar el día junto a mis abuelos. De esa forma también comencé a insertarme ya que venia mucha gente a atenderse con mi tía, y muchas señoras me conocían y, por que no decirlo, me apreciaban. Los días que hacia fisioterapia, se cambiaba un poco el esquema pues íbamos de mañana al centro fisioterapeutico, y en la tarde volvíamos  a retomar el esquema preestablecido. Cuando regresábamos  de noche a nuestra casa, mi padre tomaba por la rambla  y me apasionaba apreciar por la ventanilla del auto el vasto firmamento. Una pasión que años mas tarde, disfrutaría en su real dimension, a mi  manera lógicamente.

Debo volver un poco hacia atrás en el tiempo a fin de mencionar que desde el año y medio de mi vida, todos los veranos íbamos a pasarlos a la casa del balneario de Lagomar, donde hasta el año  1966 se careció de energía eléctrica, hecho este que resultaba un tanto folclórico, pues cuando comenzaba a caer la tarde, y aparecían las primeras sombras de la noche, mi madre encendía dos faroles a mantilla, que funcionaban a base de queroseno.

En el verano del 66. Teniendo yo tres años y medio aproximadamente, nos decidimos a  vivir en forma permanente en la casita, como así le decimos en forma casi cariñosa, por  los recuerdos que ella encierra en sus paredes. Allí crecí, allí se consustancio mas aun, mi niñez diferente, y allí pude captar sensaciones importantes, si bien por aquel entonces la zona donde esta ubicada, estaba casi totalmente desierta. En la manzana a la redonda, solo habían tres casas habitadas, contando la nuestra. Por consiguiente la soledad del lugar era tremenda, sin embargo, habia dos elementos importantes para mi, paz y tranquilidad, en un ambiente donde predominaba la naturaleza con todos sus matices.

Así, en aquel clima y a los tres años y medio, mi madre con suma paciencia me enseño a leer, munida de un libro de lectura, acorde de no a mi edad, sino de cinco años. A través de el, me enseño las palabras mas básicas como ser "oso", "asa ", "pala", etcetera.

Mi mente se desarrollaba a gran ritmo desvirtuando lo que había "pronosticado" el Dr.Fridman. Obviamente que no he sido ningún "niño prodigio" o superdotado, pero teniendo en cuenta el grado de mi discapacidad, la misma se podía considerar normal hacia arriba..

Eso se verificaría luego, a los cuatro años, cuando ingrese a la escuela para discapacitados físicos "Franklin D,Roosvelt" gracias a la Srta., Directora Elsa Feileco,quien concurría al salón de belleza de mi tía. Al saber acerca de mi caso, se intereso y al conocerme (así me lo han contado) se quedo maravillada a tal punto que se lo comento a la psicóloga de la institución, quien le dijo que era casi imposible, por lo que la Srta.Feileco le propuso que me efectuase un Test, y así se confirmaba lo que ella le había manifestado, me tomarían a pesar de tener cuatro años y, por consiguiente debería repetir dos años jardinera (o preescolar) ya que la edad oficial de ingreso era a los cinco años, pero a fin de ir acompasando el ritmo escolar. Debería quedarme por dos años consecutivos en dicha aula.

Así, una mañana me efectuaron el referido Test, el que consistía en ir reconociendo distintas figuras representadas en una especie de cartones dibujados. Me colocaron en una habitación a solas con la psicóloga, siendo esta la primera situación en que me quedaba con una persona desconocida. Era de alguna manera como romper el cordón umbilical, en esa clase de sobreproteccion especial que dan los padres de seres con alguna discapacidad, y que en muchos casos nos perjudica enormemente.

Estuve en aquella habitación durante dos horas y media respondiendo a las preguntas de la psicóloga quien pasaba a un ritmo acelerado los cartoncitos. Por fin culminó. Se levantó de la silla y tras saludarme se retiró. Era una persona hermética de carácter lo que hacia difícil acceder a lo que pensaba acerca de mi grado intelectual.

Evidentemente que luego conocimos el resultado, y lo que le dijo a la Srta. Feileco que cito textualmente: "no pensaba que fuese así". Al cabo de unos días se nos comunicó el puntaje alcanzado. Aquí debo explicar que en un ser normal el coeficiente intelectual oscila entre 90 y 110 puntos. Pero según la pericia de la profesional, en mi caso había superado aquella marca preestablecida alcanzando los 125 puntos.

Sin duda que la mente representa uno de los mas sublimes misterios, al cual el propio hombre le cuesta mucho develar. Eso era en parte lo que me sucedía a mi en el contexto de mi cuadro de minusvalia. Es obvio decir que cuando un ser posee ciertas limitaciones en algunas partes del cuerpo, otras se desarrollan en forma importante, y a mi se me desarrolló el área intelectual dentro de los parámetros indicados anteriormente. Estaban dadas las condiciones, pues, para mi ingreso en aquella institución pedagógica para niños lisiados, un termino caído hoy en desuso, y reemplazado por una terminología mas adecuada a lo que realmente somos, es decir, discapacitados o minusvalidos. Con mi ingreso a la escuela se iniciaba una nueva etapa en mi niñez diferente. Una etapa fundamental por dos  aspectos.

El primero, porque aunque mi madre me había enseñado muchas cosas,  comenzaría a aprender otras en un medio natural de conocimiento y aprendizaje como es la escuela.

El otro aspecto radica en la inserción que ello representaba, pues por primera vez me encontraría entre seres de mi propia edad y condición. Seria una experiencia renovadora para mi forma de ser. Compartiría momentos inigualables, e iría ascendiendo en valoración hacia mi persona.