7 - El Reencuentro

 

La mañana del 24 de septiembre era  fresca, propia de la estación Otoñal que recién se había iniciado en el hemisferio norte. El cielo estaba prácticamente celeste, con alguna pequeña bruma en el horizonte. Mi madre me levantó cerca de las siete a fin de ir a desayunar y posteriormente trasladarnos al muelle, pues el barco saldría a la hora once aproximadamente. Todo (o casi todo) nuestro equipaje se hallaba ya en los depósitos de la aduana de Tarragona, por lo que no nos preocupaba demasiado ser puntual, arribando a la terminal marítima media hora antes de lo preestablecido, seria un buen margen. Así lo hicimos encontrándonos con una "sorpresa". Los trabajadores portuarios realizaban medidas gremiales, y ese día las profundizaron llevando a la practica un paro de actividades consistente en no brindar los servicios de estiba ni de changadores. De esta forma, cada pasajero debió ascender su equipaje hasta el barco haciéndose cargo la tripulación. En las primeras horas de la tarde, zarpó la nave rumbo al denominado nuevo mundo; América.

El itinerario era muy similar al efectuado durante el viaje de ida a la madre patria. Haría las mismas escalas con dos modificaciones. En primer lugar, en vez de ir a Algeciras, fuimos a Cádiz pudiendo realizar un breve recorrido por sus calles angostas y pintorescas aún empedradas, y edificaciones con el estilo clásico morisco trasladado al Andaluz. Por si fuera poco, oía hablar cerca de mi a alguien con el "dejo" natural de la gente nativa de esa zona. Era la primera vez que lo percibía, causándome cierta sensación de comicidad. Los Andaluces son seres sumamente alegres, contagiando ese sentimiento a quienes les rodean. Esta zona de España se caracteriza por ser cálida durante la mayor parte del año. Pese a ser de noche, igualmente se sentía el clima cálido. Una vez finalizado el recorrido fuimos a cubierta, y desde allí divisaba  la ciudad envuelta por las tinieblas de la noche, tan solo resquebrajada por las parpadeantes luces de las viviendas y comercios. Desde allí el barco se dirigió a Vigo. En esta oportunidad también estuvo poco tiempo, ciñendo nuestro recorrido básicamente por los mismos lugares visitados anteriormente.

A la salida de Vigo, un motor del "Cabo San Roque" comenzó a fallar, por lo que la nave solo andaba con uno solo, valga la redundancia. Esto motivó las más diversas bromas entre los pasajeros. En tono jocoso decían; "Vamos a bajar a empujarlo". Sin embargo, existía cierta concienciación del problema, y con esta clase de bromas lo que se pretendía era aliviar la tensión imperante. Al llegar a Tenerife se optó por repararlo antes de internarnos en pleno océano. Habíamos llegado en horas del mediodía y zarpamos bien entrada la noche. En esta ocasión adquirimos una maquina de escribir, para ver si  podía utilizarla de forma normal a través de la practica que realizaba en el camarote. Lograba "teclear" la primera fila correspondiente a los números y signos ortográficos. Esto lo logré mediante la función de los reflejos, pero las demás teclas se necesita efectuar un golpe seco para poder marcar. Probé sin cesar, pero la discontinuidad de los miembros no me permitió de manera completa. No obstante, me servía para realizar ejercicios manuales.

Ya en alta mar se repitió casi estrictamente lo mismo del viaje de ida. Cuando cruzamos el ecuador fui "bautizado" con el ritual que se efectúa al pasar la línea imaginaria. Aún conservo el diploma con el cual he sido distinguido por las autoridades del barco "En nombre del Rey de los mares, el dios Neptuno". A quienes accedían a dicha ceremonia, se les asignaba un nombre para que, supuestamente, fuesen miembros de la gran familia de los siete mares. Así, en dicho contexto, se me bautizó con el nombre de "Salmonete". Es uno más de los gratos recuerdos que guardo en mi memoria, de esa importante etapa de mi vida, y que me sirvió mucho.

La segunda modificación del itinerario lo constituyó la escala efectuada en Río de Janeiro, la hermosa ciudad Brasileña. El Corcovado, El Santo Cristo son elementos turísticos de indudable aprecio a nivel mundial. Tuve la suerte y por que no, la dicha de ver por primera (y hasta ahora) única vez. Teníamos poco tiempo, y fuimos a una especie de tienda donde vendían no solamente recuerdos o souvenirs, sino también artesanías realizadas por ciertos nativos del amazonas. En la vidriera del bazar habían disecadas las temibles Pirañas en sus diferentes tamaños. Así mismo, habían platos de adorno diseñados en base de alas de mariposas multicolores. Un trabajo fino y delicado que provocaba la admiración de los turistas cautivándoles de hecho, que como nosotros, se acercaban a ese lugar.

El aeropuerto de Río de Janeiro, estaba ubicado muy cerca de la terminal marítima, por lo cual desde cubierta veía aterrizar y despegar a los aviones componiendo un fluido trafico. Las calles del entorno portuario de Río de Janeiro, se asemejaban a las de Santos en cuanto a su estructura edilicia y social, siendo un nítido reflejo de la época colonial. Aún se podían ver a las morenas portando sobre sus cabezas, enormes fardos de ropa con el propósito de realizar su trabajo, que era precisamente el de lavanderas. Contrarrestando ese aspecto clásico y tradicional, por donde fuésemos encontrábamos pequeñas pandillas de los tristemente famosos chicos de la calle, o para decirlo en el idioma del país continente "Garotos da Rua". Ya en esa época se estaba gestando uno de los mayores problemas de la sociedad Brasileña. Les observaba desde mi perspectiva, y no podía creer que un país tan rico tuviera a flor de piel la mendicidad representada en los niños, en seres inocentes que recién se despertaban al mundo. Sin embargo, ya sabían lo suficiente como para hacer frente a los tenebrosos avatares de la vida que en cada rincón les acecha un peligro constante. No hacía falta ir a ninguna favela porque ahí estaban, en los alrededores del puerto.

La siguiente  escala sería justamente Santos. La duración de la travesía Río - Santos fue aproximadamente de una noche. En el transcurso del viaje se habían manejado dos fechas de llegada, como consecuencia de la demora suscitada en la reparación del motor de la nave que por cierto no había quedado bien. Las conjeturas se dividían entre quienes iban a Buenos Aires (lugar donde culminaría la travesía) y los que teníamos por destino Montevideo. Tanto unos como otros queríamos arribar a nuestros respectivos destinos el 12 de octubre, por aquello de la llegada de Colón a suelo americano. Es de hacer notar que si llegábamos a esta ciudad el día 11 "ganarían" los que iban a Argentina. En caso contrario el triunfo resultaría nuestro. Esto, dicho así parece algo indudablemente absurdo. Pero a bordo concitaba la más férrea atención.

Entramos en aguas jurisdiccionales Uruguayas en la madrugada de la polémica fecha. Debíamos ingresar al puerto metropolitano en las primeras horas de la tarde. Ello no ocurrió, debido a que se abatía sobre la costa una fuerte tormenta que hizo desviar de su rumbo al barco. Cuando me desperté mi padre me llevó al salón de los grandes ventanales, a fin de observar el fenómeno climatológico, debido al cual a la altura de Punta del Este se efectúo la maniobra antedicha ingresando de nuevo al océano. La densa niebla hacía casi imposible la visibilidad a mediana distancia, y ello redundaría en que la nave necesariamente tendría que aminorar la marcha, lo cual determinaría un retraso obvio en el arribo a la estación marítima.

Nuestras ultimas horas a bordo transcurrieron velozmente, preparando todo lo referente a nuestro desembarco, aunque en realidad lo más trascendental se llevaria a cabo una vez concretada la llegada. A todo esto, la tempestad se había aplacado un poco, por lo que las autoridades del "Cabo San Roque" decidieron reingresar a las aguas territoriales uruguayas. Cerca de las siete de la tarde nos introducimos en el puerto. Debido a la tormenta, se había hecho ya de noche en forma casi repentina, tal como si fuese pleno invierno. A las siete y media era la hora de nuestro turno de la cena. No sabíamos que hacer, si ir o no al comedor. Un camarero que nos vio en esa disyuntiva, nos dijo en tono un tanto cómplice: "Aprovechen, así ya bajan cenados, y total a la empresa no le hace nada". Y de esta forma le hicimos caso a este buen señor. Disfruté de esa cena (que era la ultima a bordo) de una manera muy especial, pues combinaba la alegría peculiar del reencuentro con todo lo mío, con una cierta tristeza por abandonar la nave que se había convertido en un símbolo de lo que había conocido a lo largo de esos meses que viví en España.

Cuando digo viví lo hago con todo el contenido que esa palabra puede encerrar, más allá de la discapacidad física que poseo, y que muy bien se podría haber convertido en una traba no solo desde la perspectiva misma de la minusvalía, sino desde el ángulo netamente psíquico. Las vivencias enriquecedoras que he descripto a grandes rasgos, me sirvieron sin ninguna duda para apuntalar el ser optimista que vive en mi. Es bien cierto que es difícil convivir con nuestros semejantes. Pero no es menos cierto que en muchas ocasiones se torna difícil convivir con uno mismo. La fuerza de voluntad es indispensable para poder llevar adelante una convivencia acorde con mi discapacidad. Esto lo aprendí desde pequeño, y el viaje que estaba finalizando me había hecho realzar este valor supremo de la voluntad. Estoy seguro de algo en esta vida, y es que el que no lucha por algo, el que se entrega a lo que denominamos destino, a la larga entra casi por inercia en un estado de involuntarismo total. Hay que ejercer esa fuerza al máximo para no ser derrotado por lo que luego se convertiría en cuadros depresivos. Afortunadamente debo decir que no he conocido hasta el momento, lo que es caer en esos pozos. Y no es que tenga todo en bandeja, como se dice, pues siento y sufro todas las alegrías y tristezas. Todas las emociones palpables por cualquier ser humano. No he tenido mayores privilegios que se pudiera suponer dado mi estado. Esto se lo agradezco de manera infinita a mi madre especialmente, ya que ella supo de manera solemne, encarrilarme por esa hermosa senda que tanto bien me ha hecho (y me hace) de no cobijarme ni sobre protegerme. Sin duda que podría escribir aún más en relación a esta temática, y tal vez lo haré más adelante que, como dije, aprendí a manejar para mi bien. Pero me he ido del contexto de la narración.

En esta historia, mi historia, reingreso en ella expresando que una vez finalizada la cena, y mientras mi padre llevaba a cabo los tramites respectivos ante la Aduana y la dirección de migración, mi madre y yo fuimos a cubierta para hacer tiempo, a la vez de apreciar el panorama. La oscuridad de la noche se hacía sentir en todo su espectro. La negrura era casi penetrante pues en esa época se vivían tiempos difíciles en el país, a causa de la guerrilla subversiva que asolaba la paz institucional de la nación. El puerto era uno de los puntos neurálgicos de todo aquel caos de poderes que desembocaría dos años más tarde en el quiebre institucional, llevando al país a transitar 12 años de gobierno de facto. En el puerto no había la iluminación adecuada, por lo que desde arriba del barco resultaba casi imposible distinguir las personas que se habían agolpado en los alrededores del "Cabo San Roque". Mucha de esta gente eran familiares y amigos de quienes estabamos en el barco. Otros eran simplemente curiosos que esperaban la hora en que se abriría la compuerta y bajaría la escalerilla para dar entrada a esas personas y, lógicamente, bajar los pasajeros cuyo destino era Uruguay. Pese a lo manifestado anteriormente, había libertad y el publico en general podía subir a todos los barcos con el fin de visitar sus instalaciones. Para muchos esto era una costumbre, ya que barco que llegaba, barco que visitaban. Por ese momento había un trafico muy importante en nuestra terminal marítima, especialmente de naves comerciales. Hoy esto ya es pasado. Un hermoso pasado imposible de revivir, debido a la vertiginosa vida que se lleva, por lo cual quienes viajan prefieren llegar a destino lo más pronto posible, utilizando para ello el avión. En ciertas ocasiones en que llega algún crucero, se otorga una autorización especial a fin de visitar esas naves que se convirtieron en símbolo de una época.

Cuando se dio la orden, recuerdo que el hall principal se llenó de inmediato, asemejándose a un hormiguero en ebullición, lo cual pude comprobar en el momento de bajar. Mientras tanto, mi madre y yo continuábamos en cubierta, ella sosteniéndome por debajo de los brazos nos acercamos a la baranda, y desde abajo, desde el cúmulo de personas escuchaba mi nombre que era emitido a viva voz por la Srta. Feileco, la directora de "mi" escuela. Porque aunque uno no vaya más, siempre nos pertenece un poco y lo sentimos así debido a que se torna como la segunda casa en nuestra niñez. Además, se oía más tenue la voz de mi tía Carmen, como también de otros amigos que se habían hecho presentes en aquella fría noche de octubre en el puerto con el propósito de recibirnos. Una vez abajo, las emociones se confundían primando la alegría por el reencuentro. Muchas cosas quedaban atrás, es cierto, pero otras se proyectaban en el futuro de mi vida. Algunas buenas otras no tanto, conformándose de esta manera el esquema de mi existencia.

Próximo a las veintidós horas salimos de la zona portuaria, en la camioneta de un amigo común de mis padres, en la cual se colocaron todos los componentes del equipaje. Resulta obvio decir que en la casita de Lagomar me esperaban mis abuelos. Y para allí nos dirigimos. Al llegar a la rambla de Pocitos, tomé plena conciencia de que estaba de vuelta en mi país, en mi entorno peculiar lleno de esas pequeñas grandes cosas    que he sabido procesar dentro de mi ser. Fue curioso un hecho acaecido en esa zona de la ciudad. Vi una unidad del transporte colectivo de pasajeros bastante antigua (hoy inexistente) con la cabina del conductor en el lado derecho. Los que tengan más de cuarenta años recordarán perfectamente de lo que me refiero. Tuve una sensación extraña, como si el tiempo se hubiese detenido, o en el mejor de los casos retrocedido. Y ello no es una mera frase, sino que representa la sensación que me cruzaba por la mente. En ese ómnibus veía a una ciudad estancada en el espacio y en el tiempo. Venía de ver lugares nuevos. Ciudades pujantes mirando hacia el futuro. Y aquel hecho simple me llamó a la realidad. Sin embargo, me sentía alegre en una contradicción centralizada principalmente en el hecho de volver a compartir diferentes momentos con lo que yo apreciaba enormemente, y que componía desde luego mi mundo. Es claro que no me resultaba ajeno nada. Es decir, la actualidad del país sumergido como dije (y quizás reiteraré) en una profunda y acelerada crisis económica - social cuyos componentes eran de diversa índole. Desde los cinco años me ha gustado analizar situaciones que se iban pautando. De ello y sus repercusiones en mi vida, abordaré si la memoria no me falla en la ultima parte.

Al llegar a Lagomar mi mundo se hizo presente, real, pues había retornado al ámbito natural donde me crié. Se trataba sin duda alguna de la vuelta a la fuente de mi vida. Y allí estaban mis abuelos, mi perra Lassie, mi dormitorio, mi triciclo, mis cosas que ejercieron enorme presión para decidir la vuelta. Al entrar al living nuevamente las sensaciones se confundieron al tomar contacto con mis seres queridos, que se encontraban tan plenos de ansiedad como yo lo estaba por volverlos a ver. Una inmensa emoción flotaba en el ambiente, embargándonos a todos por igual. Esto lo digo sin caer en meros conceptos reiterativos. Pero muchas veces los sentimientos nos hacen girar dentro de un circulo de sentimientos complejos, que se convierten en emociones de difícil descripción. Aquella madrugada prácticamente no dormimos, narrando buena parte de las experiencias suscitadas en nuestra estadía en la madre patria. Los hechos más sobresalientes, y también los de menor significación se iban recomponiendo en esa charla coloquial y amena. Mis abuelos tenían el lógico deseo de conocer información acerca de los parientes radicados allí, y aquella era sin duda una buena oportunidad para ponerles al corriente.

A la mañana siguiente parecía como si nunca me hubiese ido del país, pues todo estaba igual. El mismo esquema preestablecido volvió a plasmarse dentro de mi existencia con ciertas modificaciones estructurales, que se irían pautando con el devenir de los años, y que la propia vida se encargaría de ir marcándome esos cambios sustanciales que harían dar un importante giro en mi modo de vivir. De ello tal vez hable más adelante. Y digo tal vez porque esto es la vida (mi vida) misma y como tal, desconocemos el futuro. ¿Es que acaso conocemos el presente?. Tan solo sabemos nuestro pasado, y este muchas veces a través de terceros. Aunque esto parezca un enjambre de palabras sin un sentido cabal ni practico, es lo que siento acerca de la estructura esquemática de la existencia.

Hoy me he propuesto a recordar el pasado reciente de mi ser, factor importante para los hombres y mujeres de este planeta. Creo sin temor a equivocarme que todos alguna vez deberíamos efectuar la retrospectiva de nuestras vidas de manera sintetizada, para replantearnos en cierta forma, lo que hemos hecho o lo que no llegamos a hacer. En ese pasado reciente que acabo de mencionar, me ubico nuevamente en el luego de estos divagues que me he tomado el atrevimiento de introducir aquí, reflejando mi concepto de vida con un entusiasmo por el análisis y la observación. Así, por esos días se encontraba en pleno apogeo la campaña electoral con vistas a las elecciones (valga la redundancia) que se llevarían a cabo en noviembre de 1971. Se podía suponer que por mi edad no me interesaba la política, o lo referente a ella. Sin embargo no era así. Tenía un concepto bien claro de lo que era, y por lo tanto, analizaba desde mi óptica los hechos que se iban sucediendo en una nación agobiada por diferentes elementos convulsivos.

Quizás por ser la primer campaña proselitista que apreciaba en toda su dimensión, me resultó sumamente agresiva, y de hecho lo fue desde las diversas fuerzas políticas. La televisión había sido para mi, un vinculo de formación e información durante mis primeros años de vida. Al igual que muchos de ustedes, yo había nacido literalmente con la tv, y por lo tanto me gustaba enormemente fascinándome ese mundo. Pero la voracidad con que arremetían los diferentes candidatos presidenciales en el medio electrónico, hacía imposible seguir la continuidad, por ejemplo, de una película o serial ya que se emitía cinco minutos de programa, y diez de publicidad aunque parezca mentira, por lo tanto opté por inclinarme a escuchar solamente radio.

Habíamos adquirido en Tenerife un radio pasadisco (ahora es pieza de museo debido a las nuevas tecnologías en esa área) y me pasaba buena parte del tiempo explorando el dial redescubriendo diversas emisoras. Evidentemente que ello lo compartía con las demás actividades que llevaba a cabo diariamente. Es  decir leer, escribir, efectuar ejercicios físicos, ir en triciclo entre otras cosas. Todo lo que me interesaba iba en aumento en mi. Descubría nuevas facetas de mi ser. Al transcurrir los meses fui adquiriendo nuevos conocimientos acerca de mi personalidad, escondidos en lo más profundo de mi ser. Es algo natural que sucede tanto a seres normales como a personas con capacidades diferentes. No digo por igual, pues como se sabe no se puede generalizar. En lo personal puedo asegurar que ha sido tal como lo manifesté líneas arriba; por instinto propio iban aflorando las respuestas a ciertos puntos que hasta ese instante no había logrado descifrar correctamente. Con nueve años pude saber que aquello que sentía por Alicia se trataba de amor, el primer amor, el amor imposible. Ella era ya una señorita. Tenía 16 años, iba ya a los bailes, y ya no era la rubiecita de ojos verdes que se sentaba a jugar conmigo llena de paciencia. Ahora todo empezaba a cambiar lentamente. No solo en este aspecto, sino a nivel general. La niñez se alejaba dando paso a la adolescencia, y con ella al despertar pleno de la vida con su cúmulo de problemas y vicisitudes que van surgiendo de manera casi espontanea.

Pero no lleguemos tan rápido en el tiempo a dicha parte de la vida. Me quedaré brevemente en los diez años para comentar como era un día de mi vida. Lo hago con el propósito de rescatar un hermoso tiempo de mi existencia donde realmente tuve muchos adelantos en lo físico, lo cual dependió en gran medida de la paciencia, la constancia y el compañerismo de mi madre.

Lo hago también a fin de solidificar ese concepto arraigado en mi que expreso a diario de "querer es poder" sin dejarse estar ni un solo minuto. La voluntad lo es todo. Sin ella se pierden valores inquebrantables. Se cae en definitiva, en ese tortuoso pozo de la desazón y la depresión.

Así diré que me levantaba a las ocho de la mañana aproximadamente, cuando mi padre se iba a trabajar. Mientras mi madre preparaba el desayuno, yo hacía los ejercicios físicos en la colchoneta durante casi treinta minutos. Ello se enmarcaba dentro de mi sesión matinal de fisioterapia. Tras el desayuno, mi madre me ponía en el triciclo, con el cual daba vueltas en derredor de la casa, en el pavimento que mi abuelo había puesto. Esto redundaría evidentemente en el fortalecimiento de los músculos de mis miembros inferiores, y también a ser sumamente ágil.

Al mediodía obviamente almorzábamos, y posteriormente volvía al triciclo siempre acompañado por Lassiie. Una o dos horas después, mi madre me colocaba en una mesa en la cual leía y escribía hábilmente con mi mano izquierda, la menos perjudicada por la parálisis cerebral. Hubo una etapa en la cual me dio por pintar en acuarela, cosa que me gustaba bastante, y se puede decir que lo hacía bien dentro de lo que se podía esperar. No tuve mayores problemas para pasar las paginas de los libros. Claro, tenía (y tengo) el déficit o complejidad causada por la misma cuadraplejía. Una vez más debo afirmar (siendo tal vez peyorativo que yo lo diga) la fuerza de voluntad latente en mi. Fue mi gran aliada en la lucha por superarme. Nunca me entregué. Por el contrario, siempre he ido hacía adelante sin retacear esfuerzos, porque sé que en la superación se halla mi meta, mi objetivo principal.

Finalizado el espacio dedicado a lo que podría denominar "tiempo de estudio" cerca de las cinco de la tarde, mi madre me sacaba de esa mesita para ponerme nuevamente en la colchoneta. Además de repetir los diferentes ejercicios, pasaba gran parte de ese periodo, arrodillado jugando o simplemente mirando televisión. Mi columna vertebral se sostenía maravillosamente durante varios minutos, hasta llegar inclusive a la hora. Ello originaba cierta pauta alentadora de que tal vez algún día podría sostenerme de pie sin ayuda. Sin embargo existía en mi dos elementos contradictorios para que ello sucediera. Por un lado radicaba en el miedo que poseía de soltarme de las manos de mi madre o de mi padre, debido al segundo elemento fuertemente ligado a este, referido a la falta de estabilidad.

Aquí surge una nueva contradicción a simple vista. Y es que si me sostenía erguidamente de rodillas, ¿como es que no lograba mantenerme de pie yo solo?. Me faltaba la estabilidad necesaria para unir en el mismo acto y al mismo tiempo el tronco con las extremidades. El cuerpo humano es una maquina perfecta de sincronización. Sus piezas deben estar perfectamente ajustadas para una debida coordinación de los movimientos. Es evidente que yo carecía de dicha sincronización, redundando de hecho en la falta plena de estabilidad para mantener mi cuerpo. Resumiendo todo esto expresaré que la desetabilización corpórea hacía surgir en mi el miedo, y los dos elementos se complementaban de manera tal que me resultó imposible vencer. Solo en una etapa logré mantenerme con la vigilancia de mi madre. Fue en 1975 cuando apoyándome en una mesa pude hacerlo. Sin duda que era el fruto del sacrificio de varios años. Lamentablemente ello transcurrió de manera aislada y sin la debida continuidad. Se puede uno imaginar la alegría y la esperanza que yacía en mi interior y, desde luego, en el de mi familia por igual.

Por otra parte diré que pese a todos los ejercicios que practicaba diariamente, desde los ocho años comenzó a acentuarse en mi, una dislocación de la cadera izquierda, lo cual me hacía cruzar la pierna casi por encima de la derecha, saliéndose de su posición correcta.

A los diez años reinicie las sesiones de fisioterapia con Margarita Baso, viniendo para ello dos veces por semana a Montevideo, más concretamente a la casa de mis abuelos, ya que en esa época iba a domicilio. Aproveché esos dos días semanales para retomar el curso escolar con una maestra particular, tal como lo he manifestado anteriormente. Martes y jueves eran los días en los que efectuaba esas actividades que marcaban el comienzo de la introducción de modificaciones en mi modo de vivir. Dichos días eran plenos de actividad como es de suponer. Describiré a grandes rasgos como se desarrollaba un día en Montevideo. Llegábamos de mañana a la referida vivienda, y cerca de las diez venía Margarita Baso realizándome sesenta minutos continuados de ejercicios musculares.

Debo manifestar con sincero orgullo y alegría, que en este periodo se afianzó muy profundamente mi vinculo con mi abuelo, pues pasamos de ser abuelo - nieto a convertirnos en excelentes amigos y confidentes el uno del otro en esa mezcla casi natural que se da, y que implica por cierto un grado de complicidad en el buen sentido de la palabra. Él podía contar conmigo y yo con él para confidenciarnos nuestros mutuos secretos. Ahora lo sentía más compañero que nunca. Podía hablarle sobre temas de la más variada índole. Incluso aquellos que me merecían cierto reparo comentar con mi padre por una cuestión de principios.

En el intermedio que se realizaba entre la finalización de la sesión de fisioterapia, y el inicio de la clase escolar a cargo de la maestra Licha de Souza, quien venía entre las cinco y las seis de la tarde, iba con mi madre por todo el centro de la ciudad, con un carrito de cuando era bebé, lógicamente, adaptado debidamente. Recién en 1976 pude conseguir mi primer silla de ruedas. Con posterioridad, mi tía Adelita me trajo una silla de ruedas en uno de los viajes que hizo desde España.

Cuando terminaba mi clase escolar, volvía a salir con mi madre para dirijirnos a presenciar un programa de tv que se realizaba en vivo desde los estudios de Canal 4 ubicados en esa época en 18 de Julio y Eduardo Acevedo, conducido por el Sr. Julio Frade. El programa se titulaba "La Calle Feliz". Si bien estaba destinado al publico infantil, a mi lo que me gustaba era observar el ensayo, los entretelones del mismo. Ver las cámaras, los focos, (que daban un calor abrazador). Me hice amigo de casi todo el elenco. Lo mismo me ocurría hasta hace poco tiempo, pero en Canal 10 donde en una primera instancia todos los Lunes iba a presenciar las grabaciones del programa humorístico "Decalegrón", y desde 1996 el periodístico "Caleidoscopio" conducido por la Sra. María Inés Obaldia. Es una forma de estar insertado dentro de ciertos parámetros de la sociedad. Si, aunque a simple vista parezca algo trivial, el estar en contacto me ayuda a abrir diversas puertas que me brindan cada una de ellas un componente nuevo que me revitaliza en mi constante afán de superación, interelacionandome de hecho con las personas.

Regreso a mis diez años, cual si fuese una maquina del tiempo en ese juego que se nos brinda, siendo justamente en ese tiempo de mi existencia donde se concretó más intensamente ese grado de inserción social. Por ese entonces, una de las hijas de mi maestra, me enseñó ingles durante todo aquel año. Era evidente que una nueva actividad se sumaba a mi diario quehacer.

A Margarita baso le preocupaba que mi cadera izquierda cada vez estuviese más fuera de su lugar, llevando como dije, a que dicha pierna se cruzara de forma acentuada hacía el lado opuesto. Todos los años el Dr. De Castelet me efectuaba una revisión minuciosa de mis miembros. A finales de 1973 se realizó la acostumbrada visita. Al verme le inquietó el grado que había adquirido la dislocación de la cadera. Por otra parte, los tendones de mis piernas se habían encogido debido al estiramiento natural de mi cuerpo. Me hallaba precisamente en la etapa de crecimiento, y mis tendones no se acompasaban con dicho ritmo. Ante ese cuadro me propuso ver a un cirujano, eminencia por otra parte, el Dr. Oscar Gugliarmone (quien años más tarde fundaría el primer banco de prótesis del país) lo cual se concretaría en el mes de Marzo del siguiente año.

Mientras tanto, todo continuaba por los mismos carriles que hasta ahora. He de destacar que en ese año (1973) hice con Licha de Souza 2º, 3º y parte del 4º grado escolar. Con posterioridad llegaría a hacer sexto grado, completando de esta manera la educación primaria. Y digo con posterioridad pues el año 1974 lo transcurrí prácticamente de operación en operación, realizándome en ese año tres de las cuatro intervenciones quirúrgicas. Para redondear debo decir que afortunadamente lo pude completar.

El verano del 74 fue el ultimo que me pude bañar en la playa de Lagomar, pues ya con once años tenía la altura normal para un ser de esa edad y, por consiguiente, a mi padre le resultaba incomodo sostenerme tal como lo hacía durante mi niñez. Lo disfruté mucho, pese a no saber de que ya nunca más me internaría en las aguas de la costa canaria. Ibamos de tardecita hasta que el sol se ocultaba en el horizonte. Era un espectáculo natural pleno de esplendor, donde se daban cita los más diversos elementos que reinan desde la creación del planeta. Mar, Aire, Sol, Cielo se conjuntaban de forma ecuánime para mi deleite. Era hermoso apreciar la puesta de sol en el horizonte de un cielo casi siempre limpio y diáfano. En algunas ocasiones cenábamos a la orilla del mar. Mi padre traía sanwiches calientes y, realmente, con la brisa marina se me abría el apetito. En dos ocasiones fuimos a la encandilada (forma nocturna de efectuar pesca) ya que en la zona abundaban los Pejerey, que luego de pescarlos mediante una red de alambre denominada "Medio Mundo", los ponían en una sartén a fin de freírlos quedando crocantes y muy sabrosos. Fue un lindo verano, como tantos otros que han pasado de manera fugaz, porque así es el tiempo, nos damos cuenta de él cuando ya pasó, sin darnos a veces la oportunidad de meditar, de reflexionar acerca de lo que ya transcurrió delante de nosotros mismos, y más allá de ciertas reivindicaciones un tanto frívolas. La estación del verano fue la que más disfruté en esos años de mi vida. Las noches estrelladas, el aroma de malvones y geranios que mi abuela había plantado a un lado de la casa, y que se entremezclaba con el perfume de las rosas y de una clase de jazmín que solo brinda su peculiar perfume en horas nocturnas, componían parte del ámbito en que se desarrollaban las noches veraniegas, transcurriendo felizmente mi niñez y parte de la adolescencia.

Toda esta etapa se podría resumir con una frase reiterativa en cuanto a su más puro sentido y significación, pero que en lo personal, guarda en ella toda su esencia. Así debo decir lisa y llanamente que fue una época feliz. Es bien cierto que no todo ha sido "color de rosa", más uno debe rescatar los hechos positivos para poder proyectarse al futuro con pleno optimismo, y sortear los obstáculos que se interponen en el tortuoso camino de nuestra existencia, de la mejor manera posible.

Uno de esos obstáculos, se hizo presente a comienzos de marzo de 1974 cuando fui a la consulta medica. Naturalmente que se encontraba presente el Dr. De Castelet oficiando de "presentador" entre mis padres, yo, y el doctor Gugliarmone. Este me efectúo un pormenorizado estudio de mi cuadro clínico, llegando a la conclusión (con radiografías mediante) que la única solución radicaba en efectuarme una intervención quirúrgica, y así llevar el hueso de la cadera a su lugar. También me examinó los tendones aductores, y el conocido popularmente con el nombre de "tendón de Aquiles", ya que cuando me paraba ponía de punta los dos pies. Sin embargo, en aquella oportunidad puso mayor énfasis en el primer y mayor problema que representaba sin lugar a dudas la dislocación de la cadera. Así consultó su nutrida agenda, tras lo cual estableció la fecha en que me operaria. Curiosamente sería el 10 de mayo. Y digo curiosamente pues como he expresado anteriormente, habíamos partido rumbo a España el 8 de mayo de hacía tres años. Evidentemente que se daba aquí una de esas casualidades que nos tiene acostumbrados el devenir de la vida. Si, es cierto que tan solo se trataba de una fecha. Pero ello quedó en el anecdotario de mi existencia. El Dr. De Castellet me suspendió hasta nueva orden las sesiones de fisioterapia, a fin de apreciar la evolución pos operatoria y obrar en consecuencia. Así se hizo.

Y como todo en esta vida llega, el diez de mayo era ya un hecho. No voy a entrar en detalles que poco o nada pueden interesar al lector. Simplemente diré sin ningún animo de modestia, o de situarme en el burdo sitial de "héroe", que cuando me llevaron a la sala de operaciones (mejor conocido como quirófano) para nada sentía miedo. Al contrario, me fui aunque parezca mentira, cantando bajito el tango "Volver" pues en esos años me había entrado la afición por la música típica rioplatense, debido a que percibía en sus letras, la vida misma en sus diversas facetas. A tal grado me gustaba, que conocía no solo las letras, sino la historia de cada pieza musical. Es obvio decir que dicha afición aún la mantengo, con menos dedicación si se quiere, debido a estar desarrollando diversas actividades que me sacan el tiempo. Pero de vez en cuando me gusta deleitarme con viejos tangos de la denominada "Guardia Vieja" y que datan de las décadas del 20, 30, y 40 cuando el tango era tango. Pero ¿porqué había elegido aquella canción?. Con toda seguridad la respuesta radica en el hecho de que sentía plena seguridad de que horas más tarde volvería a hallarme con todo lo que me rodeaba. Quizás también porque sentía la alegría que la esperanza origina en el ser humano, siendo mi esperanza esa operación.

En un box de la referida sala, me inyectaron un sedante tras lo cual y hecho el efecto correspondiente, me llevaron a la mesa donde se me practicó esa intervención quirúrgica. Cuando desperté en la pieza del sanatorio, me encontraba extraño no solamente por el efecto de la anestesia, sino porque básicamente no me podía girar hacía los costados. Aturdido como estaba, no atinaba a darme cuenta del porque. Horas después, ya bastante más despabilado, pude apreciar que estaba enyesado desde las costillas hasta la punta del pie izquierdo. Lógicamente, se trataba de una caparazón dura que me rodeaba las partes indicadas a fin de que no hiciese ningún movimiento brusco. Pese a todo, sentía una especie de alegría debido a que el invierno se aproximaba, y por consiguiente no sufriría mayormente el calor que origina el yeso. Afortunadamente las dos posteriores intervenciones quirúrgicas se me practicaron una en el mes de Julio, y la restante en Octubre siendo esta la de los tendones aductores que se encuentran detrás de las rodillas.

En los tres casos se me implantó yeso, estando así diferentes periodos de tiempo con las piernas estiradas, por lo que cuando me lo sacaban me resultaba tremendamente incomodo encoger los miembros inferiores, debido a que sentía un fuerte dolor en las articulaciones de las rodillas a raíz de no realizar movimiento alguno. Tras un breve (pero doloroso) periodo, volvia a movilizar mis piernas en forma "normal". Me permito destacar que en la ultima operación, una vez extraído el yeso el Dr. Gugliarmone me mandó que hiciese ejercicios a fin de flexionar lo más rápidamente posible los aductores para no perder la elasticidad original. Dichos ejercicios consistían en introducir las dos piernas en una pileta de natación, o en alguna piscina de plástico infalible que por ese entonces habían hecho su aparición en el mercado. Yo tenía una de plástico duro de cuando era chico, y por lo tanto ya me quedaba pequeña en cuanto a profundidad se refiere.

Una vez introducidas las piernas, debía encogerlas y estirarlas muy lentamente a fin de volver a obtener el ritmo de elasticidad propio en mis piernas. La movilidad dentro del agua me ayudó mucho, pues la misma ejercía la función de masajista.

Debido a que mi piscina no me servía debido a lo ya expresado, una señora amiga de la familia tuvo la gentileza de regalarme una inflable. La misma la utilicé mucho con posterioridad al no poder bañarme más en la playa debido a mi tamaño (como he expresado) lo cual resultaba incomodo.

El año 1974 llegaba a su termino. Había sido sin duda un año particularmente ajetreado, donde como se vio lo más trascendente lo constituyó en el plano estrictamente personal, la serie de intervenciones quirúrgicas a que fui sometido, siendo el resultado de estas relativamente positivo.

Al año siguiente reanude las sesiones de fisioterapia. Se hacía nuevamente de alguna manera el reencuentro con todo mi entorno, o mejor dicho, con quienes lo componían, dado que al estar enyesado iba muy poco a Montevideo, a la casa de mis abuelos quienes debido a la edad les costaba ascender a los medios de transporte. Por ese entonces carecíamos de coche propio, por lo que cuando debía ir a extraerme el yeso, un amigo de la familia le prestaba a mi padre el coche que para la época resultaba ser ultimo modelo, con todos los "chiches" que se pueden pensar para aquel tiempo.

Mientras en el plano personal me sucedía lo narrado hasta el momento, en el mundo también ocurrían hechos puntuales en aquellos años de comienzos de la década de los setenta. Latino América vivía el afianzamiento de regímenes militares que hacían su aparición debido a la proliferación de la guerrilla que hostigaba las instituciones democráticas mediante la lucha armada. Era un hecho inaudito para nuestro continente, y más aún para nuestro país que desde hacía décadas había vivido en paz.

En Argentina asumía por primera vez en su historia una mujer a la presidencia de la nación, tras la muerte del General Juan D. Perón. Como se recordará esa señora era la viuda de dicho personaje político. Lo que no pudo llegar a conseguir su antecesora, me refiero a Eva Duarte, lo hizo Isabel Martínez, conocida popularmente como "Isabelita". Dicha asunción traería aparejadas serias consecuencias para el país dos años después.

En Estados Unidos explotaba el caso "Watergate" que hizo derrocar en forma democrática al Presidente Richard Nixón en lo que fue sin duda una victoria de la prensa, y por consiguiente de la democracia. Era el primer caso de corrupción que se ventilaba a los cuatro vientos, causando conmoción a nivel mundial. Hoy, visto y analizado a la distancia que da la perspectiva del tiempo, este hecho lamentablemente resulta cual si fuese una historia de hadas debido a los casos de corrupción que asolan diversos sistemas de gobierno.

En un mundo perturbado por guerras inverosímiles como la de Vietnam que se había convertido en una vergüenza para la humanidad, que se proyectaba hacía una era de modernidad en diferentes aspectos.

Además de las confrontaciones bélicas, el planeta asistía con cierta perplejidad a la crisis del Petróleo, que sumergió a muchos países en una profunda catástrofe económica llevando el precio del crudo a cifras exorbitantes. De esta forma se acentuaban los problemas en los países del denominado "Tercer Mundo", tanto en el área socio - económica como en lo meramente político. Las crisis sociales iban haciendo eclosión con sus respectivas secuelas. Recuerdo que para ahorrar combustible, nuestro país adelantó el huso horario en 90 minutos. Así, en pleno verano a las diez de la noche aún brillaba el sol. Por otra parte se había estructurado un esquema por el cual los días Miércoles podían transitar los coches con matricula par, mientras que los Jueves lo hacían los que tenía matricula impar. En síntesis, el sistema económico mundial se resintió ostensiblemente. Estos sucesos y otros de menor peso en la escena informativa los palpaba profusamente, ya que siempre me ha interesado estar bien informado. Ha sido (y es) una constante en mi vida, que se renueva día tras día, como complemento si se quiere de ese afán de superación, de no quedarme en la oscuridad del desconocimiento de la realidad que me rodeaba en todos los ordenes. Para ello ponía evidentemente la cuota respectiva de interés, buscando todas las fuentes posibles de información a fin de extraer al máximo el conocimiento que estas emanan. Es así que se comienza a despertar en mi una nueva pasión, o al menos se enraíza dentro de mi ser con mayor profundidad. Me refiero al periodismo, a los medios de comunicación masivos, y a esta en todos sus conceptos. Si bien en paginas anteriores hice mención a este elemento que, en buena medida me ayudó posteriormente, no digo a insertarme en la sociedad, sino a desarrollar con mayor volumen mi modo de ser, aquí y más adelante hago especial hincapié a este componente del cual extraje (y lo sigo haciendo) una importante conformación que luego se apreciará como se tradujo en una suerte de abrir puertas, iniciar nuevos contactos con gente que me abrió diversas puertas, valga la redundancia, en múltiples aspectos.