8 - Simplemente epilogo

 

Es bien cierto que la niñez representa en la vida del ser humano una etapa por demás importante, primordial en la formación del individuo donde aprende, donde conoce, donde comienza el despertar a la enseñanza de las diversas complejidades a las cuales más adelante nos someterá la vida en su esencia más pura. Es a la vez, la etapa en que uno se centra fundamentalmente en armar juegos, pero también de observar los más mínimos detalles que se nos presentan en nuestro derredor, extrayendo a la manera de cada uno los más diversos conocimientos. Evidentemente que no debo ni puedo generalizar en estos conceptos, debido a que no todos basamos nuestra niñez en los mismos parámetros de concentración, y algunos ponemos o dedicamos mayor atención que otros, a ciertas circunstancias que se nos aparecen en determinados momentos de nuestra existencia. Ciertamente que esa ha sido en términos generales, la manera en que he desarrollado y transcurrido mi infancia.

He tratado y espero haberlo conseguido, de poner a lo largo del relato, especial énfasis en la fuerza de voluntad que muchas veces no se tiene, o no se quiere tener, con lo cual no se logra lo anhelado, vislumbrándose ese panorama oscuro que se forma por propia decisión. En el “querer es poder” por más adversidades que se interpongan debemos sortearlas como me sucedió en muchas ocasiones. Gracias a esa fuerza, hoy puedo estar frente a esta computadora que ingresó en mi vida en 1997, abriendome innumerables puertas, y narrando parte de mi existencia, los mejores años que he vivido y que he disfrutado plenamente, porque mi discapacidad no ha sido obstáculo para ello, o al menos así me lo he planteado desde el inicio de mi existencia. Está de más decir que no desconozco mis limitaciones físicas, y a ellas circunscribo mi vida. Podría haber dicho “padezco”, pero el termino padecer es sufrir, y aún cuando suene paradojal, yo no sufro. A lo largo de mi vida, he visto (y veo) a personas “sanas” que se auto compadecen sin el más mínimo sentido. Esto me ha llevado a la siguiente conclusión, que se escapa de los cánones académicos constituyendo una realidad. Y es que dichas personas lo hacen para atraer la atención de sus familiares y amigos, conllevándoles a sumergirse en ese estado de manera crónica, de lo cual se sale si se quiere. De lo contrario quedan compadeciéndose por tiempo indeterminado. Se auto excluyen de la sociedad, lo cual veo como inaudito, y por qué no, irreverente ante la vida. El alejarse de la sociedad conlleva sin duda al aislamiento contundente de la persona, aunque esta resida en pleno centro de una gran ciudad. Se puede estar solo, aislado, si no tenemos ansias de superarnos o de ser como somos. El asumir la forma de ser es imprescindible para comprender lo que somos, como somos, que nos sucede. Esto también representa la base de mi forma de ser; asumir mi discapacidad sin compadecerme a mi mismo. Viví durante mi niñez y parte de mi adolescencia, a veintidós kilómetros del centro, y no por ello me aísle del mundo.

Todo radica en la forma de ser. En lo personal, comprendí aspectos medulares del comportamiento humano, y por consiguiente del relacionamiento entre los seres, formándome en lo que era en la década de los 60 un desierto. Me refiero a Lagomar naturalmente. Más allá de todo este panorama que estoy elaborando en este ultimo capitulo, debo remarcar una vez más que he tenido una niñez feliz sin mayores conflictos.

De ahí que he decidido poner punto final a esta historia, mi historia como he manifestado en más de una oportunidad, porque mi vida comenzó a partir de los 12 años a cambiar radicalmente desde sus estructuras más profundas. De chico sentía temor de saber que alguno de mis abuelos hubiese fallecido. Pero esto no sucedió hasta la edad mencionada, cuando el 13 de Octubre de 1975 en horas de la noche, llegó a nuestra casa la amiga que había llevado a mi madre al sanatorio cuando yo nací, para decirnos que mi abuela agonizaba.

Falleció a la hora 21:00 contando con 82 años. Pero que cosas que tiene la vida. La misma persona que doce años atrás acompañó a mi progenitora en el momento de dar a luz una nueva vida, la llevaría a presenciar el deceso de su madre. En muy contadas ocasiones me puse a pensar en ello. Pero esta revisión de hechos o momentos que pautaron mi vida, fue la causante de que aflorase a la mente esta especie de comparación.

Casi dos años más tarde, fallecía mi abuelo lo cual me afectó enormemente debido al fuerte vinculo que había surgido entre ambos. Comenzaba así una compleja etapa que logré superar gracias a la paciencia y comprensión de mis padres, quienes me dieron un singular punto de apoyo en lo que podría haber derivado en una situación depresiva, porque como he narrado éramos muy compañeros y compinches el uno con el otro. Luego vendrían otros avatares del diario vivir. A esto se debe tener en cuenta el hecho de que ingresaba en la pubertad, momento conflictivo si lo hay para todo adolescente, y más aún para las personas discapacitadas. Se trata sin duda del instante en el cual se deciden muchos roles y factores determinantes basados en estructuras hormonales y sexuales. Hay quienes pensaban hasta entonces que las personas con capacidades diferentes eran (o éramos) asexuadas. Grave error desde luego, pues salvo casos extremos, vivimos y sentimos el sexo como cualquiera, o quizás más profusamente debido a que no se halla a nuestro alcance. No se si soy muy académico, pero la realidad es esta. Muchos discapacitados transitan dicho periodo con severos problemas de conducta, fundamentados en una serie de elementos implicados en el área del comportamiento, donde la irritabilidad hace su aparición, o se acentúa de manera singular debiéndose recurrir a la atención psicológica en muchos casos. En mi caso transité la pubertad de un modo si se quiere tranquilo, pese a estar latente dentro de mi ser, manifestándose con los rasgos típicos.

Cuando uno crece evidentemente van apareciendo nuevos problemas u obstáculos en nuestra existencia ya de por si sumamente compleja. Y aunque lo que voy a narrar a continuación no se puede catalogar de problema magnificante, en lo estrictamente personal terminó por cambiar diría radicalmente mi modo de vivir. En noviembre del 75 mi padre adquirió un local en el centro de Montevideo, más específicamente en el barrio Cordón que estaba en franco proceso de florecimiento comercial. Allí puso una Cerrajería, oficio que desempeñó durante 45 años, hasta 1997 cuando se jubiló y clausuró dicho comercio. Con el fin de ayudarlo en el local, decidimos mudarnos de Lagomar sin vender ni abandonar esa casa. El referido local que aún conservamos, posee al fondo una vivienda. Así, mi madre y yo hasta la fecha indicada le ayudamos, ya que mientras mi padre realizaba los trabajos fuera del comercio, le atendíamos los clientes que ingresaban al local. En ciertas ocasiones me tuve que desenvolver solo frente al cliente debido a no hallarse mis padres en el comercio referido. Obviamente que ello me ha hecho mucho bien, básicamente en la consolidación del relacionamiento con otros seres, siendo de singular trascendencia desde el aspecto social. Sin embargo todo tiene su contraparte en la vida, y esta se dio en que fui perdiendo el preciado tiempo en el cual efectuaba desde la colchoneta o desde el triciclo, la serie de ejercicios físicos que durante mi niñez habían hecho agilizar mis miembros. Se puede pensar con gran certeza que se debe dar el tiempo necesario para cada cosa. Pero a causa de la vorágine en que estabamos inmersos y que, indudablemente, cada vez es mayor, no surgía ese instante. A fin si se quiere, de ubicar al lector donde estaba situado, debo explicar que tenía una mesa lo suficientemente cómoda en la entrada del local, y desde allí desarrollaba lo antes expuesto. Delante mío tenía un gran ventanal que oficiaba de hecho de vidriera. Mucha gente me decía: “Desde aquí ves todo, y estas bastante distraído.” Lo concreto es que no me quedaba tiempo para mirar hacía la calle, debido a las “nuevas” actividades que me había impuesto, y a la entrada y salida de las personas que venían a solicitar los servicios de mi padre poniéndose en muchas ocasiones a conversar conmigo.

Debo decir que entre otras cosas, lo que hacía bastante era leer, y en cierto momento pintar, tal vez como si desease rememorar aquel tiempo en Lagomar cuando mi madre colocaba mi mesa en el porche, y a mi manera plasmaba en el papel algún que otro “dibujo” basado en arboles, y creado con acuarela. En Montevideo lo hacía a base de Draipen de diferentes colores desde luego. Me entretenía de ese modo, y de paso ello resultaba un buen ejercicio dentro de los parámetros de la motricidad.

También quedó atrás el tiempo de la despreocupación tan ligado lógicamente a la infancia. Muchas veces esta etapa se la asocia con la inocencia más pura. Al menos así era en aquellos años. Es cierto que queda mal que yo lo manifieste, pero he sido bastante vivaracho, no solo para la época sino también por mi condición de discapacitado, encontrando una respuesta lógica en que la misma no me hacía (ni me hace) mella en mi, tal como lo expresé en más de una oportunidad dentro de este relato.

La vivacidad que he desarrollado practicamente desde los dos años, me permito atribuirla no solamente a mi coeficiente intelectual, sino también al grado de observación que dedicaba a cada cosa que, por supuesto, concitaba mi atención y mi interes. Esto tuvo como base primordial, entre otros componentes, el hecho de haber sido criado en un lugar tranquilo, apacible y, obviamente, el tener un entorno familiar bien constituido, siendo esto la base principal para una buena formación, más aún para quienes tenemos alguna clase de discapacidad. El amor que la familia del minusvalido le puede brindar es tremendamente importante para insertar a este dentro del contexto social. No digo nada nuevo, lo sé, pero es en esencia lo que me ha pasado a nivel personal. Evidentemente que la niñez encierra todo eso y más. En mi caso, ello no menguó. Por el contrario, se acrecentó fehacientemente llegando a una felicidad casi total. Y digo casi, pues como se sabe, la felicidad completa no existe como debiera, por lo menos en el mundo de los mortales ya que estos, nosotros mismos, no la sabemos (o no queremos) encontrarla al no poner empeño para ello. Es como si quisieramos vivir de un modo solitario, aislado, (y de nuevo surge este termino) sin compartir nuestras experiencias, pues todos las tenemos siendo algunas más enriquecedoras que otras.

Entre los hechos lamentables que se iban pautando desde 1975, debo hacer mención al fallecimiento de nuestra perra Lassie ocurrido más precisamente el 22 de diciembre de 1980. Ella sufría desde hacía tres años de lo que se denomina “pico de loro” que afecta la columna vertebral, especialmente  a los ovejeros alemanes. En ese momento ya no podría caminar, pues las piernas traseras le quedaron inmóviles, y se optó por sacrificarle lo cual se le pidió que lo hiciera un buen vecino, quien (según supe a la semana siguiente) la llevó a un amigo veterinario para que actuase. Como digo, yo no lo supe hasta la siguiente semana, pues íbamos todos los fines de semana. Lassie había quedado en Lagomar, debido a que en Montevideo no tenemos fondo, y ella se hallaba mejor allí donde también se había criado. Recuerdo que ese Sábado cuando llegamos mi padre me colocó en una silla de ruedas que me había hecho conjuntamente con un amigo que tenía taller mecánico, y tras ir hacía el fondo para verla, mi madre fue la encargada de informarme de lo sucedido. Indudablemente que aquel suceso me afectó profundamente. Estaba saliendo de la muerte de mi abuelo, que aún cuando ya hacía tres años todavía perduraban las secuelas. Y esto originó en mi, no digo un estado depresivo, pero si de desgano. Afortunadamente volví a salir, porque si se quiere siempre se sale, retomando todo el esquema de lucha que me había impuesto llevar adelante poniendo de mi parte ese tesón y fuerza de voluntad, de la cual más allá que quede mal, o que parezca rimbombante decirlo, me enorgullezco en tener dentro de mi ser.

He hablado acerca de la etapa en la cual pintaba, conformando esto lo que bien podía ser una primera etapa de actividades fundamentales para mi desarrollo. La segunda etapa (valga la redundancia) que me permito destacar tras nuestra ida a Montevideo, se sitúa a partir del mes de Mayo de 1988 cuando mis padres adquieren para mi una maquina de escribir electrónica, y desde ese momento comienzo a comunicarme con diversas emisoras internacionales que sintonizaba a través de la onda corta, abriéndome diversas puertas encuadradas dentro de mi pasión que es, sin duda alguna la comunicación, un elemento que se está perdiendo a un ritmo vertiginoso. Sin embargo, he conseguido mediante este sistema, muy buenos amigos en diferentes zonas del planeta. Debo decir que con esa maquina (que aún conservo) escribí varios cuentos cortos, con los cuales participé cada año en diferentes certámenes y concursos literarios, sin llegar hasta el momento ganar algún premio. O mejor dicho, si gané. Gané en el hecho de poder participar, aprendiendo también yo solo la forma de elaborar una historia, una narración. Bien se dice que lo importante radica en participar. Asimismo, he de destacar que realicé el borrador de este libro en el año 1994 que por diversas circunstancias no pude publicar hasta el año 2001. Por otra parte diré que con la referida maquina, escribía cada semana tres o cuatro artículos que mi madre llevaba a un diario. Esto ocurrió desde 1989 a 1994 cuando falleció el redactor responsable de ese medio de difusión. Es obvio decir que me sentía muy a gusto vertiendo mis opiniones y mi forma  de pensar frente a temas de toda índole que se proyectaban en el panorama nacional. Por otra parte, cada mes en Radio Corea Internacional se proponían temas de interés general a través de un espacio que se emitía cada semana. A los oyentes y participantes nos llegaba mes a mes los temas que se iban a tratar, y uno elegía. Por lo general siempre participaba, convirtiéndose sin duda en una satisfacción personal. De igual manera lo hice en otros espacios de diferentes servicios internacionales. Escuchaba pues la Onda Corta de un modo diario, especialmente de noche que es cuando mejor se realizaban las captaciones. Este hobby se denomina “diexismo”. Lo expreso en tiempo pasado debido a que muchas emisoras han dejado de emitir ya sea en Español, o bien en forma definitiva por razones de presupuesto.

Así, tenía las jornadas ocupadas, pues además de estar “al frente” de la cerrajería, intercalaba esto con la escritura y la lectura que siempre ha sido una buena compañía en la cual me apoyaba desde chico, y obviamente fue (y es) una fuente de conocimiento. Puedo decir entonces que tanto una como la otra son las bases de mi conocimiento.

En 1997 pude adquirir una computadora (esta con la cual estoy escribiendo en estos momentos) que me abrió nuevas puertas de la comunicación, mediante el correo electrónico y la correspondencia tradicional desde luego. Resulta de singular importancia lo que brinda la informática en si misma para quienes tenemos capacidades diferentes. Nos ayuda (al menos en lo personal sucede) no solo a comunicarnos, sino a poder trabajar desde nuestra casa desarrollando una diversidad muy amplia de recursos por demás imprescindibles a la hora de la insertación completa dentro del conjunto social.

Evidentemente que mantengo un intercambio muy fluido a través del correo electrónico, más popularmente conocido como e-mail aún cuando este termino corresponde al idioma ingles. Y lo hago con personas uruguayas dispersas a lo largo y ancho del planeta que, indiscutiblemente, cada día resulta más chico en materia de distancias a causa de la especifica globalización en la que estamos quiérase o no inmersos. No voy a detallar las ventajas que este medio ofrece, pues todos lo conocen. Si diré que me hizo independizar un poco frente a esta actividad, ya que escribo los mensajes cuando puedo y los envío en el momento que deseo, sin tener que esperar a mi madre para llevar a la sucursal del correo. Desde hace año y medio, ingresé en lo que se podía catalogar como un fenómeno social bastante interesante: el Chat. Desde allí he conseguido y forjado nuevas amistades, que si bien son virtuales, me ayudan mucho dentro del campo de la comprensión lingüística, ya que pongo una buena cuota de voluntad, a fin de que se entienda lo que digo.

También elaboro artículos para un medio de prensa de Lagomar, donde hemos vuelto a vivir desde 1999, enviándolos a través de ese medio electrónico con lo cual trato poco a poco de ser conocido en este lugar que ha cambiado desde 1986 súbitamente, producto de una transformación profunda desde la perspectiva demográfica, perdurando afortunadamente los rasgos más sobresalientes de la madre naturaleza.

En octubre del 2001, conocí a través de Radio El Espectador, en un reportaje que le hacían, al Sr. Carlos Velásquez García, quien posee un sitio web denominado redota.com Este señor reside en Miami (EE.UU.) pero gracias al mail me puse en contacto con él, a los efectos de proponerle la realización de un servicio destinado a los compatriotas que están fuera del pais, y tienen familiares y amigos aquí, y no tienen computadora o acceso a Internet.

La idea consistía en que estos enviasen algún mensaje, yo lo recibía y se lo trasmitíamos al destinatario. Digo en plural porque en esto me ayudó también mucho mi madre, siendo la encargada de trasmitir el mensaje, ya que a veces me cuesta pronunciar palabras, pese al empeño que pongo para ello.

Es así que dicho servicio tuvo buena acogida de parte de los uruguayos que visitaban el website y hacían uso de él. Claro, a principios de cada mes venía la factura de Antel bastante abultada. Pero la satisfacción de poder ser util, de ayudar de alguna manera, recompensaba desde el punto de vista animico lo que gastabamos en telefóno. Me permito aclarar que dicho servicio lo hacía totalmente gratuíto. Sin embargo, y tal como dije, la mejor forma de remuneración estaba en la alegría que tenían los destinatarios.

De esta forma comencé a interesarme por un fenómeno que sacude nuestra sociedad: la emigración. Cada compatriota que se encuentra fuera del país, es una historia enriquecedora. Con muchos de ellos me he hecho una excelente amistad, que aún hoy, pese a que ese servicio está desactivado, seguimos teniendo y compartiendo buenos momentos a través de programas informaticos que permiten la comunicación en tiempo real.

Pero también dicho servicio me llevó a profundizar en la problemática social aludida, y es así que en febrero del 2003 comencé la elaboración de un libro. En abril de ese año lo dejé por cuestiones personales, retomandolo en enero del 2004 con más fuerza, con mayor ahínco. Se tradujo en un trabajo de investigación, y resurgió en mi la pasión por el análisis del comportamiento humano. Fui de alguna manera a lo que sienten quien está fuera del país, y muy posiblemente (sin querer) me sentía identificado en ellos, al viajar a España de chico.

En septiembre de ese año lo terminé. Su titulo, El Nuevo Éxodo Uruguayo; Análisis y Testimonios. Tras idas y venidas tuve la suerte de conocer a la Sra. Carmen Galusso de Editorial Rumbo, quien me dio una gran mano, y en abril del 2005 lo presentamos en los salones del Centro Cultural “Amanecer”

He de decir que en dicho centro realicé desde marzo del 2001 hasta diciembre del 2003, un taller de Psicología social a cargo de la Psicologa Ana Maria Zecchi, que me afianzó más mis conocimientos sobre dicha tematica.

El Centro Cultural “Amanecer”, se encuentra ubicado a pocas calles de mi casa, y en él encontré muy buenas personas (empezando por su presidenta, la Sra. Dora Redondo) que me brindan su amistad, respeto y cariño, aún cuando ya no concurro más, al menos hasta el momento de escribir esto, pues la vida indudablemente da muchas vueltas.

Desde mayo del 2004 asisto cuando no llueve, y las calles de esta Ciudad de la Costa me lo permiten, a un taller de literatura que se imparte en la Capilla San Francisco de Asís ubicada en Av. Gianatasio frente a un supermercado, muy cerca de casa. Dicho taller funciona los miércoles de 14:30 a 16:30 horas bajo la coordinación del escritor José Luis Migues de Soto. He de destacar que en este taller también encontré un grupo humano excepcional, brindándome mucha fuerza en el área de la amistad y compañerismo, lo cual no es poca cosa en el momento actual, en donde los valores humanos se desvirtuan.

No debo ni puedo dejar de lado en este epilogo a Kimba, un perrito que desde 1998 me acompaña a toda hora. A veces dudo de que sea un perro, debido a su comportamiento que trasunta lo meramente animal. Y no es conmigo solo, sino con toda la familia. Sin duda que se podía escribir un libro con todo lo que hace Kimba.

Para redondear este capitulo, he de decir que pese a lo expresado añoro en buen grado, aquella época que traté de describir en este relato, porque todos añoramos algo. Y es bueno que ello suceda, ya que es una clara señal de tener detrás de nosotros algo valioso que nos ocurrió en cierto instante de nuestra vida, y que se debe rescatar para (en la medida de lo posible) hacerla perdurar dentro o fuera de nosotros.

Esta pues ha sido mi historia, una historia más de la realidad.